Wednesday, December 26, 2012

Las muchachas bailan hasta tarde. Hacen círculos, estrellas, mariposas. Están descalzas en medio de la noche. Una mujer que es "la mamá" llega con una sonrisa que ama. Dice la mujer-mamá, con su voz de rosa mojada, y su bata blanca de dormir, que somos preciosas. Nos besa, ella, mientras repite que somos preciosas. Hay que tomar una foto, dice "la mamá", y nosotras, súbitas hijas, eternas hijas, buenas hijas, malas hijas, nos juntamos sonreídas, hechas pura obediencia, puro amor, puro instinto-hija, y posamos como posan las niñas en las fiestas de cumpleaños. No podemos ver la foto porque es una cámara desechable. La mamá, dice la hija primera, sólo usa ese tipo de cámaras. Es parte de la magia-mamá. Se despide, la mamá, con nuevos besos, y con más palabras de amor para las muchachas que desaparecen, otra vez, en el baile y en la noche. Afuera el mundo se acaba. Todos lo saben. Nosotras, las muchachas que bailamos, también.
Dice que sueña con un bebé muy pequeño en la palma de su mano. Hemos interpretado el sueño más de una vez, pero el bebé no deja de existir.
El día jueves se se desliza con sus cuatros patas de metal,
su lengua, sus colmillos, su chaleco
antibalas.

Thursday, December 20, 2012

Tú, bosque pálido,
suéñame una casa alegre.
Con ventanas que se abran siempre
cuando lluvia, o trueno, o mirada de un extraño
se desate. 

Deja, amor mío, que el viento entre.
Que nuble papeles, que traiga peligros, que traiga
maldades. Que las nubes bajen todas,
que los gatos ya no tengan miedo 
del reflejo oscuro en los cristales.

Wednesday, December 19, 2012

La tarde entumecida en tu mirada de solecitos muertos. Quiero soñar con una línea azul despuntando, lenta, detrás de una mancha amarilla. Quiero ver la formación de un anaranjado. O un lila. Ahí, creo, reside lo feliz.

Poema para el fin del mundo (después del fin del mundo)

El asombro apretado en la garganta gris de un niño
gris.

En la mañana, los animales cantan. Cuando el sol se sacude sus últimas telarañas y tu voz,
cristal acongojado, me nombra
una última vez.

Los hombres de hiel,
bajan las cabezas. Empieza,
otra vez,
el mundo.

Tuesday, December 18, 2012

de las estatuas

Para Chiara, que me hizo pensar en estatuas

Deseo ser estatua. Y que se enamoren de mi. Que escriban versos de cómo
mis formas atraviesan el dolor del tiempo, de cómo
el sudor de la noche se acuesta en mis hombros, de cómo
me lleno de una oscura porocidad,
de ojos cerrados, de brisa mojada,
de playa, de cielo, de
odio.

Deseo de estatua. Ser la quietud de un paisaje. Y
que se enamoren de mi. Cazadores inauditos de una piel tan anestesiada:
aire maduro, sutileza extraña.

Saturday, December 15, 2012

El aguacero que es tu voz
debajo de mi almohada.
        El pestañeo inútil de las cosas
cuando
      imitan al amor


Sunday, December 9, 2012

qué peligro sentarse sola a esperar. vestirse con un cuidado casi banal. cruzar las piernas como quien quiere provocar. sentarse así, muy derecha, muy natural, muy elegante-casual. qué peligro usar el lipstick que ella me regaló. mac, verve AA1. qué peligro leer los rostros, y las manos de los que se cansan cuando es casi tarde y las oficinas se vacían y la calle los recibe, nos recibe, con toda su bondad de pavimento duro y soledad. qué peligro, quedarse quieto un rato, mirando un horizonte que no existe, tallando una luz para más tarde, acumulando tonos de marrón, verdes, azules, memorizando vestidos cortos, pasos firmes, bocas que por la mañana eran de otro color. qué peligro, la tarea de salir, de amar, de no entender, de aceptar.

Friday, December 7, 2012

llego de afuera (con todos los peligros, con todo el cansancio, con toda esa inexplicable culpa que se recoge siempre que se está afuera) y entro en la dimensión del ruido suspendido. me detengo frente a la puerta. me declaro extranjera en mi propia casa que, como todo lo propio, tampoco es mío. entonces, detenida, calculo mis movimientos con precisión de muchacha bonita con ropa apretada (pantalones de cuero, si se puede) metida en película de acción. cierro la puerta tras de mi y no se escucha nada. lo hice muy bien. me felicito en silencio. doy un paso, dos, tres, enciendo una luz. a lo lejos veo su cuerpo sepultado en un mar de sábanas casi absolutamente limpias. todavía no toca lavar, pero casi. me acerco, lo miro con perverso amor de madre. queriéndolo despertar desde este absurdo silencio que no tiene ninguna razón de ser si se considera que él duerme profundo. livianamente, salgo de la habitación. cierro la puerta tras de mi, again, ningún ruido. me felicito más y mejor que la primera vez. llego a la cocina, más tranquila, y más consciente de mi estupidez. 

hay que ver las cosas que se hacen para no dejar de ser un poco relevante. 
hay que ver que tener una vida es casi tan difícil como fingir tener una vida. 


quisiera que la gente no usara la palabra exilio con tanta frecuencia. eso quisiera. que se dijeran otras palabras más pertinentes a la vida. a los días, a lo gris sembrado en el cielo, a lo atento de sus ojos por la mañana.
al cansancio de mis pies cada vez que hace frío y la habitación queda más lejos que de costumbre. 
quisiera, también, que hoy lloviera algo. que hubiese justificación alguna para esta deficiencia de amarillo. 
pero sobretodo, repito, (no sin cierto dolor, no sin cierta timidez) quisiera que la gente dejara de decir exilio. que nacieran otras palabras, o que se reciclaran algunas de las que ya tenemos, como hoja, o cuadrante, o alfiler, o refrigerador. para nombrar esta intranquila costumbre de no ser, para domesticar esta imperfecta, oscura alegría de no estar.


Friday, November 30, 2012


escribo en mi oficina. los estudiantes no vienen. escribo poemas, y cosas en mi oficina. el emperador pasa y no me molesta. todos creen que aquí se trabaja. el emperador es el director de mi departamento. de cariño, él se llama a sí mismo el emperador.
ayer nos dieron nombres. ayer repartieron de esas plaquitas con el nombre de uno para usarla en la ropa. a mi no me gustan las plaquitas. a mi sí me gusta mi nombre, pero las plaquitas no. llevar plaquitas es demasiado pedir.
aquí todo el mundo es muy profesional. yo no recibo estudiantes. hoy no. es viernes. escribo poemas y me quiero ir a casa.
hoy vamos a comer pancakes.
el peso de tu voz
volumen tan pequeño que
campana

a lo lejos
salida de un poema
donde catedrales 
muertas de miedo y 
de lluvia
            tiemblan.

anochece.

la materia o el sudor
tus manos como bolsillos
rotos, 
tus manos, tu frente
el calor.

la luna tan romántica
sobre el lago:
cristal y mansedumbre.
dan ganas de
herir. dan ganas de
fumar.
dan ganas de 
escupir.

vértebra bocal
sentido de lo impropio.

Absurdo, tú también eres impuro.
tu espalda a lo lejos
tiene la bondad de
sostener ese edificio
que se inclina
sobre
mi pupila.

La percepción es un desecho
de la imaginación.

(Es una cosa de locos que ya nadie escriba en libretas)


Saturday, November 24, 2012

del deseo de poblar
naciste tú
espejo de lo que se ha desamparado
vuelto refugio de luz.

te des-nublas, tan hermoso

hombre en flor.



estos días practico el arte de la indefensión.
del verbo lámpara
exudo niebla
chorros de niebla
crepuscular

cuando

tu mano en mi cintura
te oye respirar.

la señora le ha quitado la comida a los pajaritos.
la señora, que tiene como 100 años, ha decidido que no más.
es cierto que los pajaritos traían cada vez
más pajaritos.
pero ahora, yo, desde la ventana, no veo sus pequeñísimas alas: 
martilleo delicado, dolor de viento.
entonces, ahora me siento, ahora pienso a dónde ha ido a parar
tanto pajarito.
hay mucha violencia en eso de no ponerle comida a los pajaritos.
tanta violencia.
aquí también el mundo es un lugar terrible. 
un mundo en donde pajaritos merman
un mundo en donde
toda suerte de visiones y todo sueño de pajarito 
ha quedado como suspendido en hambres de 
semilla.

Tuesday, November 20, 2012

niño abierto


Estoy queriendo escribir un poema mientras espero por el avión. Dicen que se atrasó en Quito. Claro, eso todo queda en la línea de ecuador. No sé cómo puede haber tiempo en Quito. Si yo viviera allí nunca diría la hora. “Es hora centro”, diría. El mundo que se adapte. El caso es que estoy en Miami esperando por un avión que se ha quedado en Quito, y tengo ganas de escribir. Estoy queriendo escribir un poema o algo. Entonces me pongo un poco solemne. Pierdo la mirada a propósito. Me extravío, busco un paisaje que no existe, levanto sospechas. Pienso en tus ojos que no veían la carretera porque me miraban a mi, y pienso, naturalmente, en el peligro de tus ojos que no veían la carretera porque querían mirarme a mi. Me han tomado muchas fotos este fin de semana. Pienso cosas vanas. Así no se puede escribir un poema. Hago un esfuerzo, me recojo. Pienso en Marta cuando preguntó si creíamos que Lorenzo la había amado, o si sólo había amado la literatura. “Es lo mismo Marta”, fue lo que no dije, pero quise decir. Habré dicho alguna cosa boba, como “claro Marta, no había otra mujer para Lorenzo”, cosa que es cierta, pero que no deja de ser una cosa boba. El avión ya llegó hace rato, mientras yo pensaba en lo de las fotos y en lo de Marta. Pensar es como estar en Quito. Uno se centrifica y se nos va el avión, es decir, se nos va el tiempo como si nada. Sale una señora peruana y se me sienta al lado. Hablamos. Suena el teléfono. Hablo contigo, y te digo una cosa de la señora peruana. Se levanta y me deja la maleta, la peruana. Me hago cargo, a pesar de que cada 10 minutos una voz dice que alertemos a la autoridad si alguien deja una maleta o un bulto o algo, cualquier cosa que te meta un poco de miedo. Pero yo no tengo miedo. Hoy no. Y también me creo la autoridad, así que vigilo el paquete. Me alerto a mí misma y me digo, “ojo al paquete”. En esta parte del relato leo un mensaje de un amigo nuevo. Es un escritor mexicano a quien quiero de golpe. Me emociono. Me tomo el tiempo que me da la gana para emocionarme por el mensaje del escritor mexicano a quien quiero de golpe. Ahí llega la señora que después de todo no es terrorista, y me dice que me veo muy joven para mi edad. Queda implícito que ya hablamos de eso antes de haber dejado el paquete. Luego me muestra una foto de su hijo. Él también se ve muy joven para su edad. “Qué guapo”, le digo a la señora. Y no lo digo por cumplir. Es guapo el muchacho de 44 años. La señora me ofrece un dulce. Yo acepto. Casi siempre acepto. “Está bueno”, le digo, no solo porque soy amable, sino porque está bueno. Como el hijo. “Ahora sí”, me digo, a escribir el poema que creo que estoy queriendo escribir. Entonces levanto la cabeza y veo en el televisor fotos de niños abiertos. Son niños palestinos y están abiertos. Así no se puede escribir poemas. Así no se puede escribir nada de nada. Cojones.

Entro al avión. Un muchacho me hace un chiste malo, pero un chiste al fin y al cabo que en un mundo de dolor, es ya un acto medio heroico. Le sonrío, pero siento rencor. No quiero sonreír. Quiero querer llorar por tanto niño abierto.




Vístete que...


Manejamos. Qué país tan grande, le digo. Qué país tan vacío, me dice. A lo lejos hay una línea entrecortada, un reguero de puntos sincronizados marchando a otro cielo. Se acercan. Nos acercamos. El misterio que es el espacio. El misterio de la forma cuando se pierde en el viento.

Qué país tan grande y tan vacío. Todo asume una tristeza tan pequeña, tan idiota, tan en medio de la inmensidad. Tan que nadie ve. ¿Es eso la tristeza? ¿La belleza que no se ve?

Que Dios no exista es problema tuyo. Sobretodo cuando tú tan poco existes. Quise decir tampoco, pero los escritores hacemos eso. Los escritores no somos Dios, pero creemos.

“Vístete que nos vamos” es una frase un tanto absurda dentro de este texto. Pero es que a veces, cuando estoy metida en un país tan grande y tan vacío, extraño a mi mamá. Es de humanos extrañar a la mamá. Y el recuerdo materno hace lo que le da la gana, regresa en frases así, como deshabitadas, como este país tan grande y tan vacío. Vístete que nos vamos.

Todas las mañanas yo me visto para irme. Yo me pongo bonita, para irme. Pero casi siempre me quedo en la casa. En este país tan grande y tan vacío, a veces no hay nada que hacer.
Entonces, él llega y me dice: biteste que nossss vamouss.
Y yo me visto. Y yo me pongo bonita. Y nos vamos.








la pelea

bajamos las escaleras y nos sentamos frente al televisor que a esa hora siempre está apagado. pienso en la gran violencia que sería encender el televisor. pienso en las enormes consecuencias de ese pequeñísimo gesto que, a la larga, desencadenaría toda una suerte de sospechas, de dudas, de odios, de tristezas. "¿quién es esta mujer que se atreve a prender el televisor a deshoras?", pensaría él. yo lo miraría con indiferencia, como si lo que acabara de hacer fuera parte de nuestra rutina diaria. nada tan agresivo como romper la rutina sin motivo alguno. nada tan agresivo como tener una rutina. entonces, es probable que él ahora me lanzara una mirada de esas, para luego decir una cosa sencilla, una cosa sencilla que arrastrara mil demonios. "¿quieres ver la televisión ahora?", preguntaría él desde su Olimpo, y yo respondería una cosa sencilla, una cosa sencilla que hiciera evidente esta gran desdicha que me acabo de inventar, posiblemente, por mero aburrimiento. "no sé. quizá algo aparece", diría yo casi tímidamente, dificultando el estallido final. entonces él se levantaría y se iría a la habitación sólo para ordenar sus ideas y regresar con algún argumento que no pareciera un argumento. entonces mientras él está en la habitación, yo pienso en mi defensa. yo pensaría en mi defensa, he debido decir. no olvidemos que esto es pura hipótesis. y qué violentas son la hipótesis, ¿verdad? pues bien, puede que yo me defendiera diciendo que nunca decidimos que el televisor debe estar apagado a ciertas horas. yo le diría que esa también es mi casa y que por lo tanto, es justo que haga uso del televisor como me dé la gana. sí, yo seguramente diría estas cosas con mucha convicción sin creer una palabra de lo que digo, y él se enojaría, ya no porque hubiera encendido el televisor, sino porque sabría que miento por mentir, que peleo por pelear. sí, él lo sabría. él suele siempre saber estas cosas. igual que yo. entonces seríamos, él y yo, y nuestras voces subiendo cada vez un poco más de tono, buscando una nueva palabra, yo buscando una de esas frase en inglés que se vuelven imposibles, sobretodo cuando una está enojada, sobretodo cuando una está entrenada para enojarse en español. entonces al fondo, sí al fondo, se escucharía, triunfante, el televisor. riendo el muy cabrón. y nosotros, ya muy tristes, ya cansados, pensando en cómo pedirnos perdón.

Saturday, October 6, 2012

una muchacha que se parece a mi

"la muchacha de la película se parece a ti", me dice mientras caminamos a la panadería. yo no digo nada. sonrío un poco. me lo imagino forzando las formas del rostro de la muchacha de la película hasta que, más o menos, se parezca a mi. tengo este pensamiento, e inmediatamente me agarra cierta culpa. o cierto reconocimiento de mi narcisismo. me siento mal. me siento mal por haber sonreído así, a sabiendas de lo que aquella sonrisa significa. me siento mal de bajar la cabeza, de meterme las manos en los bolsillos y de caminar, como si hubiera un rumbo claro. como si supiera a dónde voy. ya sé que dije que voy a la panadería, pero eso lo sabemos ambos y sin embargo, hay en en mí cierta determinación que no veo en él. es como si él buscara otra cosa en ese caminar, un extravío, un pretexto para detenerse aquí y allá, una callada petición de dar vueltas alrededor de mí, una terca voluntad de amarme, a pesar de. entonces le digo que sí, que es cierto, que la muchacha de la película tiene algo de mí. le digo que no son tanto sus facciones, sino un aire. inmediatamente me arrepiento de decir esto. ¿un "aire"? me siento mentirosa, condescendiente, me siento, no sé, como si estuviera practicando para el personaje de mi persona. él dice que sí, que sí, que tenemos un aire de familia. le digo que sí, que es eso, lo del aire. a él le gusta coincidir conmigo. le digo que la muchacha de la película tiene la boca grande y que la mía es pequeña. se lo digo como queriendo decir otra cosa, como si lo que dijera en verdad fuera que yo siempre quise tener una boca así: grande, pesada, rosa intenso. él asiente, y dice que, aunque nuestras bocas no sean parecidas, hay algo en el modo en que levantamos las cejas antes de hablar, antes de decir algo importante, que es idéntico. es en el gesto armonioso entre las cejas y la boca en donde nos parecemos bastante, dice él, pero con otras palabras. él lo dice con más vueltas, como imitando su caminar. le digo que no me había fijado en eso y mientras lo digo me voy dando cuenta de cómo levanto las cejas para decir esto que, francamente, no es tan importante. me dice, también, que la muchacha parece una niña. me dice que yo también parezco una niña. ante esta nueva declaración me descubro tratando de forzar en mi expresión, en mi caminar, en el movimiento de mis manos, una niñez que, además de ser una niñez fingida, forzada, fabricada, es el sustrato verdadero de toda niñez, de mi única niñez. se aprende a mentir desde temprano. se aprende a tener conciencia de la mentira casi desde siempre. aprendemos a ser culpables y a vivir así, de espaldas a la culpa. ¿por qué me gusta tanto que la gente diga que parezco una niña? no tiene que ver tanto con el miedo a la vejez. de hecho, no se trata de una exaltación a la juventud, sino más bien de una tímida alabanza a la torpeza, a una cierta inocencia que se suele pretender, y que a fuerza de tanto ensayo, se vuelve parte de nosotros. finalmente le digo que sí, que la muchacha de la película parece una niña, mientras niego, débilmente que yo parezca una niña. 

parece que empieza a lloviznar. miramos al cielo y después nos miramos. gotas de lluvia en la punta de su nariz. me pregunta que si me gustó la película de la muchacha que se parece a mi. "no", respondo riendo. "a mi tampoco", dice él más serio que de costumbre. seguimos caminando, ahora más de prisa porque la lluvia aprieta.

Sunday, September 30, 2012

dile

me levanté esta mañana con un oído roto. me levanté esta mañana para no escuchar tan de cerca el mundo. me levanté y su voz llegó como vibración, no como sonido. se lo dije. que el ruido de hoy era la sombra de algún silencio. busqué sinónimos para la palabra "maldición". me gustó la palabra "condena", pero me pareció muy kafkiana y hoy no me siento muy kafkiana. hoy no sé cómo me siento. tampoco sé cómo hacerme sentir. debe ser por lo del oído. escribo la palabra oído y salta la palabra odio. es normal. las palabras hacen eso. las palabras, a veces, cuando se parecen, duelen más. lastiman más. dejan semillas que después germinarán. y se quedan, casi siempre, hundidas en la piel y pasa el tiempo, y llegan palabras dulces, palabras inofensivas, palabras como "flor", "espina", "hoja", "raíz" y uno se pone a llorar. uno entiende la tristeza, entonces, desde la más plena, franca indefensión. es que las palabras hacen eso. las palabras, a veces, si quieren poder doler, duelen más.

si él viene dile que no estoy/ si viene, dile que me robé un verso/ dile que no me busque/ dile que quise soñar con el mar/ y dile que la poesía no tiene enemigos/ dile/ que es ella el enemigo/ es más/ dile más/ dile que esto que no lee es poesía/ y que a las dos nos da igual.

y si no viene, pero llama, dile que esta mañana me levanté con un oído roto. dile que el silencio, cuando no es voluntario, jode más. dile que voy a estar en cama, leyendo a Lima y a Marta. haciendo conexiones vallejianas, probablemente. dile que será un día de esos. angustiosamente literatosos. eso. dile.

Saturday, September 29, 2012

Un suceso


Afuera un hombre joven intenta sacudirse el polvo de otros días mientras acelera su motora. Puede que este hombre confunda el ruido, ese ruido de metales y de humo, con la voz de su madre, o con la voz callada de una novia lejana que, acaso, siga sonriendo en el tiempo. Nadie sabe mucho de la genealogía de los ruidos. Nadie sabe, a ciencia cierta, de los ruidos íntimos que buscan referentes externos para explicar el tránsito de eso que nos pasa.

Afuera están el hombre y su motora. Dos animales sacándose a pasear. Es un hombre joven. Fuerte, alto. A veces sonríe mirando hacia la nada. Uno no sabe si le sonríe a la motora, o al recuerdo de la voz de la madre o de la novia que le acabo de inventar, pero que seguramente, han de existir.

Quizá no sea necesario mirar tanto por la ventana. Quizá no sea honrado de mi parte pararme allí, envidiando un poco al hombre que acaricia su motora.

A veces uno siente que no pasan muchas cosas. A veces uno cree que deberían pasar más. Más cosas, naturalmente. A veces uno querría. Sacudirse el polvo de otros días.

Estos días evalúo seriamente la constitución de los sucesos. Eso pasa cuando, parece, no nos pasan cosas. Eso pasa cuando dejamos de ver todo lo que pasa cuando nos convencemos de que no está pasando nada. Y es así, considerando la falta de sucesos, cómo se libra la batalla en contra de esa aplastante apariencia de todo lo que no pasa.

¿Qué es un suceso? Esa es la pregunta que me persigue estos días. O no. Esa es la pregunta que me he planteado estos días.

¿Una mosca ahogándose en un vaso de agua es un suceso? ¿La llamada que no hice para saber cómo estabas es un suceso? ¿Esa mujer que cruza la calle agarrándose la falda por temor al viento constituye un suceso? ¿Unos pájaros peleándose por un pedazo de fruta es un suceso? ¿O es varios sucesos? ¿A cada pájaro le corresponde su porción de suceso? ¿Es la fruta sola un suceso?

¿De qué están hechos los sucesos?

Una idea venciendo otra idea es el gran suceso de estos días. Creo que algo se está desatando. Creo que un suceso está sucediendo a otro suceso. Y así.

Eso es lo que pasa dentro de estos días en los que alguien bien puede decir que aquí no está pasando nada. Ciertamente, alguien asomado desde otra ventana mirando hasta la sala de mi casa podría decir: "allí no pasa nada". Y mentiría ese que lo dice, aunque en verdad no sea nadie ese que no dice nada.

Suceden las palabras. Sucede el silencio detrás de la palabra. Suceden los ruidos que no entienden de palabras. Sucede el árbol. Sucede lo que no veo. Sucedo yo. Y como si fuera poco, sucedes tú.

Visto así, mi agenda está demasiado ocupada.

Sunday, September 23, 2012

enumera


lirios lastimados
debajo de tu voz

esta noche 
todo es mío 
tus alas y tu golpe
tu odio
guardado aquí
echado a llorar

lo ajeno y tú
los niños ya no juegan
como antes
y los perros ya no aúllan
cerca de mi oído
como cuando el campo
y sus caminos rotos
recibían el saludo incierto
de mi madre

tus pausas vienen a buscarme
¿es tarde ya?

un pájaro canta 
una hoja triste cae

esta noche todo es mío
esta noche lleva inscrito
el signo de lo propio
dádiva antigua
esta noche decidimos
no partir el pan

lirios lastimados
debajo de tu voz

unas llaves, un libro flaco
unos apuntes, un plato pequeño
el recuerdo de esos perros
amarillos
sus dientes afilados
como lirios
la madrugada, los techos de las casas
el rocío, las piedras
los platos en la mesa
las sobras de los días

Y esta hueca, inhumana manía de enumerarlo todo.
No me deja ya.

Sunday, August 26, 2012

3:30


Entramos en el edificio como por arte de magia. Entramos en el edificio como por arte, repito. Entramos con el sol debajo de nuestras camisas. Entramos, tan juntos y tan solos, agarrados del sudor, agarrados de la sombra y de las gotas, agarrados del temblor y del dolor cuando ya es brisa.
Era yo tan lejos de todas las palabras.
Entramos como los que entran siempre sin entrar del todo, bordeando las orillas,  pariendo círculos como semillas. Entramos. Las voces pequeñas, guardadas en gavetas, salían para decir una cosa sencilla. Una puerta que se abre es siempre una puerta que se abre. Una mano se extendió, detrás de la puerta. Al final del pasillo había un reloj marcando una hora que no era. Y así fuimos entrando en un tiempo que no era nuestro tiempo. Pero qué melancolía tan absurda, el reloj, el pequeño reloj colgado en aquella inmensa pared, como pidiéndonos perdón.
Entramos, cada vez más adentro. Cada vez menos preocupados por lo que dejábamos atrás. Una mujer muy frágil, como la arena, como el tiempo, una mujer pequeña, como aquel reloj, detrás de un escritorio demasiado grande, nos hizo señas con las manos. Nos acercamos. Llevaba un vestido de flores grandes color pastel y una chaqueta que la hacía ver más diminuta de lo que ya era. Nos miramos perplejos porque nadie nunca nos había mirado así, con tanta bondad. Se movía despacio. Todo lo que hacía se convertía en tierno ritual. Quise reír y reí. Quisimos llorar pero no lloramos. El reloj seguía allí, pestañeando fuera del tiempo, en la inmensidad de la pared. Dijimos algunas cosas. Nos dijeron algunas cosas. No entendí bien la parte aquella. En la oficina de al lado una mujer joven cortaba papel. El sonido del papel abriéndose en dos, o tres, ocultaba el reguero de murmullos que la anciana de las flores grandes color pastel articulaba, cuidadosa y con la boca cerrada, para ti y para mi. Salimos, pero solo para entrar en otra oficina. Entramos más nerviosos, menos cansados, más valientes, más atentos a la fatiga de los dedos que se buscan y se encuentran como por arte de magia. Entramos, el hombre dijo lo que tenía que decir. Respondimos lo que teníamos que responder. Un teléfono sonó como queriendo intervenir en nuestra pequeña eternidad. Salimos, ahora sí, cruzando puertas y oficinas. Bajamos las escaleras y nos volteamos para mirar aquel escenario por última vez, ahora más pegados a la tierra. Afuera el sol ardía, como siempre, detrás de unos árboles quebrados por la fatiga de un sol de 107 grados. Te miré. Evitaste mi mirada de papel abriéndose en dos, o en tres. Pero tu mano seguía ahí. Miramos el cielo. Ni una pista. No nos importó saber qué hora era.

Tuesday, August 7, 2012

Arkansas



1. Oscila la noche. Tiembla, ella, frente al trueno. Luciérnagas inquietas, los árboles cuando se abren al fuego. Un carro pasa cada 15 minutos. El silencio no pesa. Las pausas de tu voz son amigas de la brisa. Voy descubriendo que aquí las cosas se parecen a las cosas. Hay un árbol blanco en medio de la noche que me mira. Los árboles, como novias furiosas, parecen escenas sacadas de una película en blanco y negro. El trueno sin lluvia trae más sed, más ruina a esta pobre tierra.





2. Hoy un muchacho me ayudó con las bolsas del supermercado. Un muchacho me miró a los ojos y me dijo que los animales se mueren. Me dijo, el muchacho, que ya todo termina. No hay alarma en su voz. Infinita resignación la del muchacho de las bolsas. No le pregunto nada porque afuera hay 109 grados y hablar da mucha sed. Yo siento que estoy en el centro de la tierra. Yo creo que todo empieza aquí. Los árboles siguen envejeciendo en blanco y negro debajo de un cielo que se parte en dos.

3.
La tarde.
Se arrastra la tarde.
Las nubes tardan en derretirse.
El sol calcina las pisadas.
Los caminos torneados por el fuego.
Los ojos encendidos o
el viento como una película muda.
La grama moviéndose dentro del verde de tus ojos
grises. La tarde también existe en tus mejillas:
flores atentas a cada una de mis cosas.
Tu nombre arde, tu nombre es la sed.
Afuera los niños vuelan en sus bicicletas.
Sus rostros secos. Sus voces
entrecortadas por la fatiga.
Se saludan, formales estos niños,
mirando al cielo a ver si alguna gota
altera la alegría del sudor de sus frentes.
No llueve hace tres meses.
Los niños lo saben
que falta mucho para que la noche
caiga, que faltan muchas horas
para que la noche sea una cosa parecida a
la noche.


4.
La mañana se sumerge
como un pez o
como la mano que te nombra
cada vez que se hace tarde. Cada vez que
todos dicen que ya
duermen.

5.
Que el tiempo es un animal detenido 
sobre sí. Desierto con mar,
desierto pintado de azul
la forma en que tus manos sostienen
los caminos, el mundo
la ruina de todas estas cosas
que no saben ser 
palabras.

6. El viento rumia debajo de la no-lluvia. El viento hace y deshace los pequeños esfuerzos de mi fe. 

7. El sol del mediodía se fatiga debajo de los que ya no te nombran. Yo me levanto y camino, con plena conciencia de mis pasos. Miro la fiesta detenida que es el cielo detrás de la ventana. Mis ojos vacíos frente al tiempo. Cierro los ojos para extrañar la forma en la que el mundo se levanta de su rabia, de su pálpito violento, de su frágil espera. La bondad de las hojas cuando caen.

Tu rostro va perdiendo contundencia. La idea de tu rostro se va quedando atrás.

8. Los días pasan con una ceguera natural. Como si ya lo hubieran visto todo. Y yo que no sé casi nada. Y yo que no he visto casi nada. Vivir así, con esta conciencia de lo que aún no es, de lo que no llega a ser, de lo que no sabe que es. Entro en la espesura verde, me detengo sobre el bosque y levanto la voz. Nadie sabe lo que digo. ¿Es esto la felicidad? Parece que estos días me conformo con muy poco. Tengo una oscuridad, una luz pequeña, un temblor de manos. Un amor que me olvidó.

Mi rostro va perdiendo contundencia. La idea de mi rostro se va quedando atrás. 

9. La noche es un cuadrado de calor sentado detrás de su espalda. Todo suda.

10. Él dice que se va a cazar cerdos salvajes, y yo le creo. En la medida de lo imposible, siempre le creo. Entonces me tumbo a imaginar que llueve. Sed de los trópicos. Me siento a contemplar la sequía. Espero por un milagro. Es de valientes esperar por un milagro, amigos míos, enemigos míos y por tanto de la tierra, no hay que temerle a los milagros. 

Respiro con dificultad cada vez que la puerta se abre y entra esa brisa de fuego. Respiro. Tú me alcanzas un vaso de agua. Esta tarde, otra vez, haré limonada. Respiro. Pienso en los cerdos salvajes que dejarás moribundos, a medio camino.

Tiene que llover.