Tuesday, November 20, 2012

niño abierto


Estoy queriendo escribir un poema mientras espero por el avión. Dicen que se atrasó en Quito. Claro, eso todo queda en la línea de ecuador. No sé cómo puede haber tiempo en Quito. Si yo viviera allí nunca diría la hora. “Es hora centro”, diría. El mundo que se adapte. El caso es que estoy en Miami esperando por un avión que se ha quedado en Quito, y tengo ganas de escribir. Estoy queriendo escribir un poema o algo. Entonces me pongo un poco solemne. Pierdo la mirada a propósito. Me extravío, busco un paisaje que no existe, levanto sospechas. Pienso en tus ojos que no veían la carretera porque me miraban a mi, y pienso, naturalmente, en el peligro de tus ojos que no veían la carretera porque querían mirarme a mi. Me han tomado muchas fotos este fin de semana. Pienso cosas vanas. Así no se puede escribir un poema. Hago un esfuerzo, me recojo. Pienso en Marta cuando preguntó si creíamos que Lorenzo la había amado, o si sólo había amado la literatura. “Es lo mismo Marta”, fue lo que no dije, pero quise decir. Habré dicho alguna cosa boba, como “claro Marta, no había otra mujer para Lorenzo”, cosa que es cierta, pero que no deja de ser una cosa boba. El avión ya llegó hace rato, mientras yo pensaba en lo de las fotos y en lo de Marta. Pensar es como estar en Quito. Uno se centrifica y se nos va el avión, es decir, se nos va el tiempo como si nada. Sale una señora peruana y se me sienta al lado. Hablamos. Suena el teléfono. Hablo contigo, y te digo una cosa de la señora peruana. Se levanta y me deja la maleta, la peruana. Me hago cargo, a pesar de que cada 10 minutos una voz dice que alertemos a la autoridad si alguien deja una maleta o un bulto o algo, cualquier cosa que te meta un poco de miedo. Pero yo no tengo miedo. Hoy no. Y también me creo la autoridad, así que vigilo el paquete. Me alerto a mí misma y me digo, “ojo al paquete”. En esta parte del relato leo un mensaje de un amigo nuevo. Es un escritor mexicano a quien quiero de golpe. Me emociono. Me tomo el tiempo que me da la gana para emocionarme por el mensaje del escritor mexicano a quien quiero de golpe. Ahí llega la señora que después de todo no es terrorista, y me dice que me veo muy joven para mi edad. Queda implícito que ya hablamos de eso antes de haber dejado el paquete. Luego me muestra una foto de su hijo. Él también se ve muy joven para su edad. “Qué guapo”, le digo a la señora. Y no lo digo por cumplir. Es guapo el muchacho de 44 años. La señora me ofrece un dulce. Yo acepto. Casi siempre acepto. “Está bueno”, le digo, no solo porque soy amable, sino porque está bueno. Como el hijo. “Ahora sí”, me digo, a escribir el poema que creo que estoy queriendo escribir. Entonces levanto la cabeza y veo en el televisor fotos de niños abiertos. Son niños palestinos y están abiertos. Así no se puede escribir poemas. Así no se puede escribir nada de nada. Cojones.

Entro al avión. Un muchacho me hace un chiste malo, pero un chiste al fin y al cabo que en un mundo de dolor, es ya un acto medio heroico. Le sonrío, pero siento rencor. No quiero sonreír. Quiero querer llorar por tanto niño abierto.




2 comments:

  1. Un poema o algo... ¡Qué disyunción más gaditana! Mucho más bonito llamarlo así que llamarlo prosa poética...
    ¡Gracias por volver a publicar!
    Manu

    ReplyDelete
  2. Creo que ya has escrito el poema.

    Maurice Sparks

    ReplyDelete