Estoy queriendo escribir un poema mientras espero
por el avión. Dicen que se atrasó en Quito. Claro, eso todo queda en la línea
de ecuador. No sé cómo puede haber tiempo en Quito. Si yo viviera allí nunca
diría la hora. “Es hora centro”, diría. El mundo que se adapte. El caso es que
estoy en Miami esperando por un avión que se ha quedado en Quito, y tengo ganas de escribir. Estoy queriendo escribir un poema o algo. Entonces me pongo un
poco solemne. Pierdo la mirada a propósito. Me extravío, busco un paisaje que
no existe, levanto sospechas. Pienso en tus ojos que no veían la carretera
porque me miraban a mi, y pienso, naturalmente, en el peligro de tus ojos que
no veían la carretera porque querían mirarme a mi. Me han tomado muchas fotos
este fin de semana. Pienso cosas vanas. Así no se puede escribir un poema. Hago
un esfuerzo, me recojo. Pienso en Marta cuando preguntó si creíamos que Lorenzo
la había amado, o si sólo había amado la literatura. “Es lo mismo Marta”, fue lo que no dije, pero quise decir. Habré dicho alguna cosa boba,
como “claro Marta, no había otra mujer para Lorenzo”, cosa que es cierta, pero que no deja de ser una cosa boba. El avión ya llegó hace rato, mientras yo
pensaba en lo de las fotos y en lo de Marta. Pensar es como estar en Quito. Uno
se centrifica y se nos va el avión, es decir, se nos va el tiempo como si nada.
Sale una señora peruana y se me sienta al lado. Hablamos. Suena el teléfono.
Hablo contigo, y te digo una cosa de la señora peruana. Se levanta y me deja la
maleta, la peruana. Me hago cargo, a pesar de que cada 10 minutos una voz dice
que alertemos a la autoridad si alguien deja una maleta o un bulto o algo, cualquier
cosa que te meta un poco de miedo. Pero yo no tengo miedo. Hoy no. Y también me
creo la autoridad, así que vigilo el paquete. Me alerto a mí misma y me digo,
“ojo al paquete”. En esta parte del relato leo un mensaje de un amigo nuevo. Es un escritor mexicano a quien quiero de golpe. Me emociono. Me tomo el tiempo que me da la gana para emocionarme por el mensaje del escritor mexicano a quien quiero de golpe. Ahí llega la señora que después de todo no es terrorista, y me dice que me veo
muy joven para mi edad. Queda implícito que ya hablamos de eso antes de haber
dejado el paquete. Luego me muestra una foto de su hijo. Él también se ve muy
joven para su edad. “Qué guapo”, le digo a la señora. Y no lo digo por cumplir. Es
guapo el muchacho de 44 años. La señora me ofrece un dulce. Yo acepto. Casi
siempre acepto. “Está bueno”, le digo, no solo porque soy amable, sino porque
está bueno. Como el hijo. “Ahora sí”, me digo, a escribir el poema que creo que estoy queriendo escribir. Entonces levanto la cabeza y veo en el
televisor fotos de niños abiertos. Son niños palestinos y están abiertos. Así
no se puede escribir poemas. Así no se puede escribir nada de nada. Cojones.
Entro al avión. Un muchacho me hace un chiste malo, pero un chiste al fin y al cabo que en un mundo de dolor, es ya un acto medio heroico.
Le sonrío, pero siento rencor. No quiero sonreír. Quiero querer llorar por
tanto niño abierto.
Un poema o algo... ¡Qué disyunción más gaditana! Mucho más bonito llamarlo así que llamarlo prosa poética...
ReplyDelete¡Gracias por volver a publicar!
Manu
Creo que ya has escrito el poema.
ReplyDeleteMaurice Sparks