Friday, November 30, 2012
escribo en mi oficina. los estudiantes no vienen. escribo poemas, y cosas en mi oficina. el emperador pasa y no me molesta. todos creen que aquí se trabaja. el emperador es el director de mi departamento. de cariño, él se llama a sí mismo el emperador.
ayer nos dieron nombres. ayer repartieron de esas plaquitas con el nombre de uno para usarla en la ropa. a mi no me gustan las plaquitas. a mi sí me gusta mi nombre, pero las plaquitas no. llevar plaquitas es demasiado pedir.
aquí todo el mundo es muy profesional. yo no recibo estudiantes. hoy no. es viernes. escribo poemas y me quiero ir a casa.
hoy vamos a comer pancakes.
el peso de tu voz
volumen tan pequeño que
campana
a lo lejos
salida de un poema
donde catedrales
muertas de miedo y
de lluvia
tiemblan.
anochece.
la materia o el sudor
tus manos como bolsillos
rotos,
tus manos, tu frente
el calor.
la luna tan romántica
sobre el lago:
cristal y mansedumbre.
dan ganas de
herir. dan ganas de
fumar.
dan ganas de
escupir.
vértebra bocal
sentido de lo impropio.
Absurdo, tú también eres impuro.
volumen tan pequeño que
campana
a lo lejos
salida de un poema
donde catedrales
muertas de miedo y
de lluvia
tiemblan.
anochece.
la materia o el sudor
tus manos como bolsillos
rotos,
tus manos, tu frente
el calor.
la luna tan romántica
sobre el lago:
cristal y mansedumbre.
dan ganas de
herir. dan ganas de
fumar.
dan ganas de
escupir.
vértebra bocal
sentido de lo impropio.
Absurdo, tú también eres impuro.
Saturday, November 24, 2012
la señora le ha quitado la comida a los pajaritos.
la señora, que tiene como 100 años, ha decidido que no más.
es cierto que los pajaritos traían cada vez
más pajaritos.
pero ahora, yo, desde la ventana, no veo sus pequeñísimas alas:
martilleo delicado, dolor de viento.
martilleo delicado, dolor de viento.
entonces, ahora me siento, ahora pienso a dónde ha ido a parar
tanto pajarito.
hay mucha violencia en eso de no ponerle comida a los pajaritos.
tanta violencia.
aquí también el mundo es un lugar terrible.
un mundo en donde pajaritos merman
un mundo en donde
Tuesday, November 20, 2012
niño abierto
Estoy queriendo escribir un poema mientras espero
por el avión. Dicen que se atrasó en Quito. Claro, eso todo queda en la línea
de ecuador. No sé cómo puede haber tiempo en Quito. Si yo viviera allí nunca
diría la hora. “Es hora centro”, diría. El mundo que se adapte. El caso es que
estoy en Miami esperando por un avión que se ha quedado en Quito, y tengo ganas de escribir. Estoy queriendo escribir un poema o algo. Entonces me pongo un
poco solemne. Pierdo la mirada a propósito. Me extravío, busco un paisaje que
no existe, levanto sospechas. Pienso en tus ojos que no veían la carretera
porque me miraban a mi, y pienso, naturalmente, en el peligro de tus ojos que
no veían la carretera porque querían mirarme a mi. Me han tomado muchas fotos
este fin de semana. Pienso cosas vanas. Así no se puede escribir un poema. Hago
un esfuerzo, me recojo. Pienso en Marta cuando preguntó si creíamos que Lorenzo
la había amado, o si sólo había amado la literatura. “Es lo mismo Marta”, fue lo que no dije, pero quise decir. Habré dicho alguna cosa boba,
como “claro Marta, no había otra mujer para Lorenzo”, cosa que es cierta, pero que no deja de ser una cosa boba. El avión ya llegó hace rato, mientras yo
pensaba en lo de las fotos y en lo de Marta. Pensar es como estar en Quito. Uno
se centrifica y se nos va el avión, es decir, se nos va el tiempo como si nada.
Sale una señora peruana y se me sienta al lado. Hablamos. Suena el teléfono.
Hablo contigo, y te digo una cosa de la señora peruana. Se levanta y me deja la
maleta, la peruana. Me hago cargo, a pesar de que cada 10 minutos una voz dice
que alertemos a la autoridad si alguien deja una maleta o un bulto o algo, cualquier
cosa que te meta un poco de miedo. Pero yo no tengo miedo. Hoy no. Y también me
creo la autoridad, así que vigilo el paquete. Me alerto a mí misma y me digo,
“ojo al paquete”. En esta parte del relato leo un mensaje de un amigo nuevo. Es un escritor mexicano a quien quiero de golpe. Me emociono. Me tomo el tiempo que me da la gana para emocionarme por el mensaje del escritor mexicano a quien quiero de golpe. Ahí llega la señora que después de todo no es terrorista, y me dice que me veo
muy joven para mi edad. Queda implícito que ya hablamos de eso antes de haber
dejado el paquete. Luego me muestra una foto de su hijo. Él también se ve muy
joven para su edad. “Qué guapo”, le digo a la señora. Y no lo digo por cumplir. Es
guapo el muchacho de 44 años. La señora me ofrece un dulce. Yo acepto. Casi
siempre acepto. “Está bueno”, le digo, no solo porque soy amable, sino porque
está bueno. Como el hijo. “Ahora sí”, me digo, a escribir el poema que creo que estoy queriendo escribir. Entonces levanto la cabeza y veo en el
televisor fotos de niños abiertos. Son niños palestinos y están abiertos. Así
no se puede escribir poemas. Así no se puede escribir nada de nada. Cojones.
Entro al avión. Un muchacho me hace un chiste malo, pero un chiste al fin y al cabo que en un mundo de dolor, es ya un acto medio heroico.
Le sonrío, pero siento rencor. No quiero sonreír. Quiero querer llorar por
tanto niño abierto.
Vístete que...
Manejamos. Qué país tan grande, le digo. Qué país
tan vacío, me dice. A lo lejos hay una línea entrecortada, un reguero de puntos
sincronizados marchando a otro cielo. Se acercan. Nos acercamos. El misterio
que es el espacio. El misterio de la forma cuando se pierde en el viento.
Qué país tan grande y tan vacío. Todo asume una
tristeza tan pequeña, tan idiota, tan en medio de la inmensidad. Tan que nadie
ve. ¿Es eso la tristeza? ¿La belleza que no se ve?
Que Dios no exista es problema tuyo. Sobretodo
cuando tú tan poco existes. Quise decir tampoco, pero los escritores hacemos eso. Los
escritores no somos Dios, pero creemos.
“Vístete que nos vamos” es una frase un tanto
absurda dentro de este texto. Pero es que a veces, cuando estoy metida en un país
tan grande y tan vacío, extraño a mi mamá. Es de humanos extrañar a la mamá. Y
el recuerdo materno hace lo que le da la gana, regresa en frases así, como
deshabitadas, como este país tan grande y tan vacío. Vístete que nos vamos.
Todas las mañanas yo me visto para irme. Yo me pongo
bonita, para irme. Pero casi siempre me quedo en la casa.
En este país tan grande y tan vacío, a veces no hay nada que hacer.
Entonces, él llega y me dice: biteste que nossss
vamouss.
Y yo me visto. Y yo me pongo bonita. Y nos vamos.
la pelea
bajamos las escaleras y nos sentamos frente al televisor que a esa hora siempre está apagado. pienso en la gran violencia que sería encender el televisor. pienso en las enormes consecuencias de ese pequeñísimo gesto que, a la larga, desencadenaría toda una suerte de sospechas, de dudas, de odios, de tristezas. "¿quién es esta mujer que se atreve a prender el televisor a deshoras?", pensaría él. yo lo miraría con indiferencia, como si lo que acabara de hacer fuera parte de nuestra rutina diaria. nada tan agresivo como romper la rutina sin motivo alguno. nada tan agresivo como tener una rutina. entonces, es probable que él ahora me lanzara una mirada de esas, para luego decir una cosa sencilla, una cosa sencilla que arrastrara mil demonios. "¿quieres ver la televisión ahora?", preguntaría él desde su Olimpo, y yo respondería una cosa sencilla, una cosa sencilla que hiciera evidente esta gran desdicha que me acabo de inventar, posiblemente, por mero aburrimiento. "no sé. quizá algo aparece", diría yo casi tímidamente, dificultando el estallido final. entonces él se levantaría y se iría a la habitación sólo para ordenar sus ideas y regresar con algún argumento que no pareciera un argumento. entonces mientras él está en la habitación, yo pienso en mi defensa. yo pensaría en mi defensa, he debido decir. no olvidemos que esto es pura hipótesis. y qué violentas son la hipótesis, ¿verdad? pues bien, puede que yo me defendiera diciendo que nunca decidimos que el televisor debe estar apagado a ciertas horas. yo le diría que esa también es mi casa y que por lo tanto, es justo que haga uso del televisor como me dé la gana. sí, yo seguramente diría estas cosas con mucha convicción sin creer una palabra de lo que digo, y él se enojaría, ya no porque hubiera encendido el televisor, sino porque sabría que miento por mentir, que peleo por pelear. sí, él lo sabría. él suele siempre saber estas cosas. igual que yo. entonces seríamos, él y yo, y nuestras voces subiendo cada vez un poco más de tono, buscando una nueva palabra, yo buscando una de esas frase en inglés que se vuelven imposibles, sobretodo cuando una está enojada, sobretodo cuando una está entrenada para enojarse en español. entonces al fondo, sí al fondo, se escucharía, triunfante, el televisor. riendo el muy cabrón. y nosotros, ya muy tristes, ya cansados, pensando en cómo pedirnos perdón.
Subscribe to:
Posts (Atom)